domingo, 21 de octubre de 2012
¿Por qué se cortan nuestras llamadas telefónicas?
La calidad del servicio de telefonía -y de telecomunicaciones, en general- ha decaído. Llamadas que no entran, Internet intermitente, imagen congelada en la TV. A todos nos pasa.
(Foto referencial / Archivo El Comercio)
LUIS DAVELOUIS LENGUIA:
Caso uno. Llega un mensaje de texto que dice “llamó (2 veces) el día 20/10/12 a las 11:52 h el número tal (tu hermano)”. Pero son las 11:55 y el teléfono ha estado todo el tiempo sobre la mesa, desde hace horas, a tu lado, y no ha sonado. Lo revisas, todo bien. Al rato, timbra. “¿Aló?, Te estoy llamando desde hace horas, ¿por qué no me contestas? ¿Qué estás haciendo?”. Es tu novia, y es la primera vez que timbra en el día.
Caso dos. Llamas a tu mamá. Al décimo intento –pues la llamada no salía o no llegaba–, ella contesta (¡Por fin!). A los dos minutos, se corta. Intentas otra vez, pero se vuelve a cortar a media conversación. El ejercicio se repite hasta que terminas por mandarle un mensaje de texto que mamá aún no aprende a leer en su teléfono. Ingrato. La frustración mata.
Caso tres. Estás bajando un archivo grande de Internet. Has contratado la velocidad media (4MB) y la cosa va bien hasta que, en el 60%, la descarga se detiene y aparece este mensaje: “La conexión se ha perdido, intente más tarde”. Te tomas la cabeza, era el tercer intento. No es el servidor, pues unas horas antes tuviste que ver videos a saltos y en pedazos en You Tube. Y esto pasa todos los fines de semana, cuando estás en casa.
Caso cuatro. Rara vez miras televisión, pero esta noche hay un programa que realmente te interesa. Así que compras una pizza, una “cocacolota” con su balde de hielo al lado, y te sientas frente a la tele. “En este momento no hay señal, llame al 104”. Es sábado, son las 22:57 y la película empieza en tres minutos.
Seguramente le ha pasado. De hecho, no conozco a nadie a quien no le haya pasado. Ni siquiera conozco a alguien que conozca a alguien a quien no le haya pasado. A todos nos pasa.
SEGUIMOS PAGANDO:
En el Perú, por cada 100 personas, hay 110 celulares. Y aumentando.
Es cierto, es difícil y caro poner antenas para ampliar y mejorar la cobertura del servicio celular, hay trabas burocráticas y costos arbitrarios de parte de los municipios, así como la creencia de que producen cáncer a la larga y por ello los espacios para colocarlas son escasos. Por ejemplo, en la Vía Expresa, entre Aramburú y Canadá, no hay señal de datos y, por ratos, ni de línea.
Una de las operadoras de este servicio nos confesó que las llamadas se cortan o no llegan precisamente “porque nunca ha habido tantos celulares como ahora y hay mucha interferencia”.
Pero claro, todas siguen vendiendo celulares aunque no puedan poner más antenas. ¿Es eso lógico? Sí, claro, porque aunque el servicio esté seriamente desmejorado o incluso si por ratos (horas, a veces días), no funciona, nos siguen cobrando.
A los contratos prepago (donde el margen de ganancia es mucho mayor para el operador que en los contratos de línea abierta), les va peor: hay un mensaje grabado que dice “le informamos que su recarga se hará efectiva en el transcurso del día, gracias por su comprensión”.
Solo importa su rentabilidad, el cliente, pues que se aguante.
TODO LO DEMÁS…
Sostener que, pese a todas sus limitaciones, la oferta de todos estos servicios ha mejorado significativamente porque “antes, cuando era del Estado, era peor”, ya dejó de tener sentido porque estos se privatizaron hace 20 años y entonces no había ni cable, ni celulares, ni Internet.
No se trata solamente de poder acceder a un servicio sino de que este efectivamente sea utilizable. ¿Por qué pagamos para acceder a Internet si de lunes a viernes estamos en la calle y los fines de semana el servicio funciona a medias y a tumbos? Lo mismo con el servicio de cable.
¿Para qué recargar su teléfono si tiene una emergencia, si la recarga se hará efectiva 10 horas después? ¿Por qué pagar una mensualidad de cable si este no funciona?
Facturan más de US$2.000 millones al año y, sin embargo, el servicio puede llegar a ser realmente malo. Y tener que llamarlos cada vez que deja de funcionar alguna cosa es una experiencia que muchos preferimos evitar. Desde las operadoras virtuales, los mil números que hay que marcar dependiendo si se habla castellano o quechua (necesarios), hasta cuál es el número propio (que después lo preguntan de todos modos), hasta los interminables minutos que nos dejan esperando.
Ahora, felizmente, podemos quejarnos en las redes sociales y, a veces, tal vez por vergüenza, nos atienden con algo más de celeridad. Al menos, parecen haber cambiado en algo la actitud de “no te queda más remedio que trabajar conmigo, así que aguántate”, que tenían antes. Ojalá que les dure. Aunque sería mejor no tener que llamarlos.
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